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Aram Huerta |
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Su sucesor como cronista ilustrado de Amazonia
es el aventurero alemán Alejandro de Humboldt,
que recorrió esta zona en 1799-1803, describiéndola
en su Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Mundo.
Humboldt aporta una visión absolutamente nueva,
revolucionaria, a la imagen de Amazonia. Su primera
innovación es la investigación de la naturaleza amazónica
con criterios rigurosamente científi cos, al contrario
del benévolo diletantismo de Gumilla. Practica
y aplica a la región ciencias de la naturaleza como
geología, mineralogía, botánica y zoología tropicales,
vulcanología, meteorología, etcétera.
A pesar de ser investigador académico, conocía
como ningún “civilizado” la realidad amazónica cotidiana,
su naturaleza y sus habitantes, empíricamente
y por trato personal. No viajaba como los demás viajeros
en fragatas de lujo, con un ejército de correveidiles,
secretarios y ayudantes, sino sólo acompañado
de su colega francés Bompland y algunos indios –negándose
a ser llevado por portadores indígenas por
considerarlo un atentado contra la dignidad humana.
Recorrió casi 5 000 kilómetros en tres años en canoa
o a pie, destrozando una docena de pares de botas, sin
agua potable, expuesto a la intemperie y a los mosquitos,
pasando momentos peligrosos en la selva. No
era viajero, sino vagabundo científi co: hoy se llamaría
deportista arriesgado.
Neohumanista que conservaba la unidad entre
ciencias y humanidades, se dedicaba también a la sociedad
y cultura de Amazonia: había leído casi todos
los documentos relativos a la Antigüedad precolombina,
al Descubrimiento y la Conquista. Conocía todas
las leyendas y mitos de la región, entre ellos los de Eldorado
y de las amazonas, aludiendo, al comentar la carta
de Raleigh a la reina Isabel, sobre la existencia de las
amazonas en la región, tanto al estatuto virgen de la
reina que nunca estuvo casada, como a su belicosidad
probada en muchas guerras europeas, agregando que
por tanto debían gustarle mucho a la reina las mujeres
tan bélicas como ella en el Nuevo Mundo. Conocía la
confusión entre manatíes y sirenas o amazonas, y para
saber de una vez por todas la verdad hizo matar a un
manatí, lo disecó y hasta comió su carne sin poder
probar un parentesco ni anatómico ni culinario entre
este mamífero y el ser humano.
La leyenda de Eldorado la explicaba racionalmente
por el baño ritual del cacique empolvado de oro en
un lago, agregando que siempre la fantasía popular
ubicaba en zonas desérticas e impenetrables tesoros
enterrados. Registra, por decirlo así, no sólo las cosas
materiales, sino también las inmateriales, crónicas, mitos
y leyendas que siguen fl otando invisiblemente en el
aire de Amazonia y en la memoria de la gente.
Entre estas inmaterialidades orales se encuentra
también la leyenda de Amalivaca, el Noé indígena, pero
no en la versión cristianizada contada por Gumilla, sino
como producto auténtico indígena contado por un indio.
Para él estaba claro que por las cataratas había muchas
inundaciones, especifi cando: “estas observaciones
tan simples no se han escapado a los incultos naturales
de la Guayana. Por todas partes, los indios nos hicieron
notar los rasgos del antiguo nivel de las aguas”. Al ver
a una altura de ochenta pies fi guras del sol, de la luna,
de cocodrilos y boas, inalcanzables sin andamiajes, dice: “Si se pregunta a los indígenas cómo pudieron ser grabados
estos caracteres en tal sitio, responden que fueron
hechos en los tiempos de las grandes aguas, y que sus
padres navegaban entonces a esas alturas”. El científi co
Humboldt estaba interesado en las inundaciones, el humanista,
en la sabiduría de los indígenas, pues siempre
preguntaba por sus experiencias y opiniones que le eran
importantísimas, tal vez el primero en hacerlo después
del Inca Garcilaso de la Vega.
Pero sobre todo descubre la poesía de la selva
amazónica. Como romántico, contemporáneo de
los poetas Brentano y Arnim que colecccionaban la
poesía popular en Des Knaben Wunderhorn, estaba interesado
en el folclor y el arte populares, en este caso
indígenas, insertando estos hipertextos en sus obras.
Como poeta subjetiviza su narración, utilizando
como Gumilla la primera persona del singular pero, a diferencia de éste, no sólo como testigo de lo narrado,
sino expresando sus propios sentimientos personales
frente a la naturaleza que describe con felices metáforas.
Además lo visualiza todo no viendo como los
conquistadores sólo la naturaleza, sino que la transforma
como Gumilla en paisaje, en visión pintoresca
del artista –había estudiado pintura en Berlín–: los óleos de Rugendas y otros pintores alemanes de paisajes
tropicales americanos se deben a su recomendación.
Expresa su visión sensual, poética, pintoresca de
las cataratas del Orinoco:
La impresión que en nosotros deja el espectáculo de la
naturaleza es provocada en menor medida por la fi sonomía
particular del paisaje que por la luz bajo la cual
se destacan los montes y los campos ya iluminados por
el azul del cielo, ya obscurecidos por una nube fl otante.
La pintura de las escenas naturales nos impresiona. |
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