El autor
insiste mucho tanto en la negación de la existencia de
Eldorado por Aguirre como en su rebeldía contra el rey
Felipe de España y su sueño de un Perú independiente,
revelándose así como precursor –poco apreciado por los próceres de la Independencia con la excepción de
Bolívar– de la Libertad de América Latina. Quizá sea
la primera novela histórica latinoamericana escrita desde
una perspectiva criolla, no europea.
El realismo mágico de Uslar Pietri consiste en atribuir
a los soldados la creencia, fortalecida por el deseo
de enriquecerse, en el Eldorado, y los diálogos de los
personajes de la novela repiten este mito en múltiples
versiones, fortaleciendo así la energía sobrehumana
desplegada para realizar la fatigante hazaña.
El personaje de Aguirre adquiere una funesta
magnitud de espíritu malo y diabólico. El narrador no
explica el porqué del carácter, su inescrupulosidad hacia
las vidas de sus compañeros, su placer de matar, su
desconfi anza mortal que condena al garrote cualquier
resistencia o deserción. No hay ninguna explicación
biográfi ca o histórica de su personalidad, empezando
la trama con la expedición amazónica, omitiendo
sus antecedentes: la novela no se llama Lope de Aguirre,
sino El Camino de Eldorado. De ahí la magia que irradia
este personaje enigmático. Mágico es el carisma, el
poder psicológico que ejerce Aguirre sobre sus soldados. Maravillosa, inaudita, atrevida e irracional locura
es su proyecto de un Estado independiente. Con tal
protagonista, la novela se adelanta a las novelas del
dictador, de El otoño del patriarca de García Márquez y
El recurso del método de Carpentier.
Otero Silva reescribe en su novela Lope de Aguirre,
príncipe de la libertad (1979), al contrario de Uslar Pietri,
toda la vida de Aguirre en una especie de biografía
novelada. Cabe preguntarse por qué estimaba necesaria
Otero Silva esta reescritura después de la novela
de Uslar Pietri sobre el mismo personaje histórico y
con los mismos sucesos y personajes.
La diferencia es que Otero Silva no relata sobriamente
la historia, sino que produce la impresión en
el lector de una pesadilla, de un sueño. Además su
relato adquiere la dimensión de lo grotesco: grotesca
es la fl ota de navíos consistente de embarcaciones autoconstruidas,
un bergantín, 3 lanchas, 40 embalses,
100 canoas, una hueste de 300 soldados españoles, 3
monjes, 18 concubinas y prostitutas, 24 negros, 600
criadas indígenas, 27 caballos y multitud de armas.
También, a diferencia de Uslar Pietri, Otero Silva
expresa con impresionante dominio del lenguaje y en
retórica brillante la locura de Lope de Aguirre. Además,
destaca por la pintura expresiva, plástica, colorida,
tanto del río embravecido como de la violencia,
energía y soberbia sobrehumana del protagonista en
una pintura dramática y a la vez lírica con un contrapunteo
refi nado entre hombre y naturaleza.
Años más tarde, ya terminado el boom de la nueva
narrativa latinoamericana, aparece en 1985 la novela
post boom del colombiano Gabriel García Márquez:
El amor en los tiempos del cólera, que escenifi ca dos viajes
en el Magdalena, el gran río mágico de Colombia, su
Amazonas u Orinoco que desempeña un papel importante
en la historia del país y en la obra garcíamarquiana:
El Libertador Simón Bolívar efectuó su último viaje, su viaje hacia su muerte, de Santa Fe de
Bogotá a Santa Marta, en el Magdalena, viaje fl uvial
descrito por el Nobel colombiano en su novela El general
en su laberinto (1989). El propio autor, nacido en la
costa del Caribe, partiendo de Cartagena de Indias,
respectivamente Barranquilla, iba a Bogotá en barco
en el Magdalena para empezar sus estudios en la universidad
de la capital.
El amor en los tiempos del cólera no es una novela
histórica, sino una historia grotesca de un amor que
sólo en edad avanzada de los amantes se realiza, en un
viaje de luna de miel en el Magdalena, escrita como
una novela de entregas con rasgos melodramáticos y
al estilo de la gran ópera. Ya se había acercado al primer
tema en la costa caribeña, cerca de su lugar de
nacimiento y de su primera juventud, apoyándose en
el folclor marítimo, que había conservado la memoria
de los ataques y saqueos del brigante inglés Francis
Drake. De este fi libustero se dice en Cien años de soledad
(1967) que en la ciudad de Riohacha en la costa Norte
Drake se había complacido en “el deporte de cazar
caimanes a cañonazos, que luego hacía remendar y
rellenar de paja para llevárselos a la reina Isabel”. De
Walter Raleigh, en cambio, escribe García Márquez
en el cuento “El ahogado más hermoso del mundo”
que tenía “un guacamayo en el hombro, con su arcabuz
de matar caníbales”. Caníbal es deformación lingüística
de “caribe”, una tribu indígena antropófaga
exterminada por los fusiles blancos. Pero quizás no
eran indios caribes, sino las vacas marinas, animales
cuya historia literaria acabamos de escribir y que continúa
escribiendo el propio García Márquez.
Escenifi ca en El amor en los tiempos del cólera (1985)
dos viajes de su protagonista Florentino en el Magdalena
con la diferencia de una década: en el primero, el
capitán del buque “prohibió la distracción favorita de
los viajes de esos tiempos, que era disparar contra los
caimanes que se asoleaban en los playones (...).”
Para este capitán del siglo XX estos animales del
Magdalena eran, como hacía cuatrocientos años para
Colón, con toda seguridad mujeres: o amazonas o sirenas,
los buenos espíritus del río Magdalena. También
para Florentino durante su primer viaje a lo largo del
Magdalena:
Los días se le hacían fáciles sentado frente al barandal,
viendo a los caimanes inmóviles asoleándose en
los playones con las fauces abiertas para atrapar mariposas,
viendo las bandadas de garzas asustadas que se alzaban de pronto en los pantanos, los manatíes que
amamantaban sus crías con sus grandes tetas maternales
y sorprendían a los pasajeros con sus llantos de
mujer. |
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