Núm. 3 Tercera Época
 
   
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Adrián Mendieta
METÁFORAS DE LA LUZ
 
 
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Convocatoria

 

 

 

 

 

 

 
 
 
 
 
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  Aram Huerta  

A la brutalización del hombre por la naturaleza salvaje responde la humanización de la naturaleza que se eleva como un ser dotado de voluntad y del sentimiento de venganza:

Cualquiera de estos árboles se amansaría tornándose amistoso y hasta risueño, en un parque, en un camino, en una llanura, donde nadie lo sangrara ni lo persiguiera, más aquí todos son perversos, o agresivos, o hipnotizantes. En estos silencios, bajo estas sombras, tienen su manera de combatirnos: algo nos asusta, algo nos crispa, algo nos oprime (...).

De ahí la personifi cación alegorizante, la antropomorfización de la naturaleza como resultado de una voluntad de estilo, de una fuerte literarización del texto entero. Estamos frente a la primera descripción verdadera y conscientemente artístico-literaria. Todo el texto está lleno de metáforas, símbolos, metonimias, símiles. Encontramos frecuentemente raras metáforas como “La corona eucarística de garzas”. Todo es poesía, poesía de lo feo, de lo repugnantes que son los hombres y la naturaleza. Es una escritura deliberadamente artística, oscilando entre modernismo y posmodernismo, entre pasajes líricos y escenas de naturalismo brutal (Rivera ha sido un excelente poeta lírico). Su modernismo se muestra en la inserción de una leyenda, la de la “indiecita Mapiripana (...), sacerdotisa de los silencios, celadora de manantiales y lagunas”, poética de estilo y corte de poesía culta, modernista, que sólo comparte el núcleo narrativo con el folclor indio, pero cuya escritura poco tiene que ver con la sencillez de las leyendas indígenas contadas por Humboldt.

Pero nunca la naturaleza es vista como paisaje. Y falta lo invisible, lo inmaterial, los textos, hipotextos, paratextos con los cuales poblaba Humboldt la región. No hay reminiscencias históricas o literarias de los conquistadores, descubridores o cronistas, no hay pasado histórico, todo es presente.

El reformista liberal y nativista venezolano Rómulo Gallegos erige, lo mismo que Rivera, la selva como protagonista de su novela Canaima (1935) y, como éste, deriva de la naturaleza selvática el carácter violento y destructivo de sus moradores, y denuncia, al igual que el colombiano, la esclavitud y explotación de los caucheros, pero ve, al contrario de éste, una perspectiva rosa para los ríos Caroní y Orinoco. Su pintura de las chorreras que se encrespaban “contra los riscos del raudal, se encurvaban transparentes o se retorcían en blancos torbellinos estruendosos al despeñarse por los saltos” termina con una visión del progreso técnico que aproveche la fuerza hidráulica en bien del desarrollo económico, visión realizada por los gobiernos siguientes hasta hoy.

Los pasos perdidos, de Carpentier

La escenifi cación del tiempo presente, acompañado por la presencia invisible, mágica, del pasado histórico de Amazonia en la memoria de los personajes, la encontramos en la novela Los pasos perdidos del cubano Carpentier, residente en aquella época (1953) en Caracas.

También su protagonista habla en primera persona del singular y refl eja, en un monólogo interior como Rivera, Humboldt y la novela moderna anglosajona a partir de Faulkner, el yo, su visión subjetiva del mundo y su propia vida anímica. La novela tiene la estructura del viaje fl uvial a través de la selva de La vorágine –todos los textos analizados hasta aquí y también los siguientes describen o inventan viajes fl uviales–, uno de los modelos de la novela de Carpentier. El yo escribe, como Humboldt y como J. E. Rivera, un diario convertido en novela. Es la segunda versión: el propio Carpentier había hecho dos veces el mismo trayecto a lo largo del Orinoco en avión y lo había publicado bajo el título Visión de América (La Habana, 25 de enero de 1948).

Pero todo lo demás es absolutamente distinto en esta novela escrita según las pautas no del nativismo narrativo ni del modernismo poético, como La vorágine, sino de lo real maravilloso americano, la famosa teoría de Carpentier formulada como respuesta latinoamericana al surrealismo europeo.

El yo narrador es un intelectual, un musicólogo, al igual que el autor, que viaja a la selva venezolana a buscar para un museo un botuto, un antiguo instrumento de música de los indios del Orinoco. Describe los pantanos formados por los ríos, la vegetación salvaje:

Lo que más me asombraba era el inacabable mimetismo de la naturaleza virgen. Aquí todo parecía otra cosa, creándose un mundo de apariencias que ocultaba la verdad. (...), Los caimanes que acechaban en los bajos fondos de la selva anegada, inmóviles, con las fauces en espera, parecían maderos podridos, vestidos de escaramujos: los bejucos parecían reptiles y las serpientes parecían lianas, cuando sus pieles sostenían nervaduras de maderas preciosas, ojos de ala de falena, escamas de ananá o anillos de coral (...).

 

 
 
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