Adelantos
Puede entenderse hasta qué punto el Despotismo
Ilustrado encontró intolerable y terminó por
expulsar en 1767 a una Compañía de Jesús que
los desafiaba. Puede entenderse hasta qué punto
la Iglesia católica, con el papado al frente, rechazó
una filosofía que hacía de la libertad un principio
de síntesis y que organizaba las verdades dadas por
la experiencia y por la fe, así como por la tradición
doctrinal, en un nuevo modo de entender esa
“misma” realidad. Pues no era sólo un modo de
entender al hombre haciéndose, rehaciéndose y
realizándose, sino también la posibilidad de rehacer
la idea de Dios como un Dios que se hace, se crea, se reconstruye y da nuevas respuestas al burgués
europeo de los siglos XVII y XVIII, o al mestizo,
criollo e indio de la Nueva España, en América.
Esta síntesis de la ciencia condicionada junto
con la tesis del minus probabilismus (que más
adelante abordaremos) para interpretar su obra y
actividades, van a hacer de la Compañía de Jesús
una fuerza completamente organizada y puesta
al día, que se rehace, se modifica, se adapta y
readapta la idea de Dios a los pueblos distintos,
mezcla diferentes formas culturales, se pluraliza,
se sincretiza: se mestiza y ayuda a mestizar. De
este modo el sincretismo jesuita y su eclecticismo
filosófico será un principio esencial del mestizaje
profundo que la nación mexicana alcanzará en
el siglo XX. Empeñados en la evangelización de
la India, Japón o América, el esfuerzo mental
y práctico jesuita por abrirse a otras culturas
y ser receptivo a ellas apenas tiene parangón.
Intercambiando ideas, fusionando con paciencia
elementos dispares, extrayendo estructuras
de significación para vincularlas a las suyas e
incorporarlas como la necesidad de un programa
de acción, la Compañía de Jesús formula un
trabajo discursivo sin paralelo, que tal vez sea
el único modelo que Europa (la inventora de la universalidad moderna) puede ofrecer de una
genuina disposición de apertura y autocrítica,
respecto de sus propias estructuras mentales.
Y es verdad. Son cientos los ejemplos que de
lo anterior tenemos en la Nueva España, en el
estado guaraní y en zonas iberoamericanas o
indígenas donde no habían sufrido la experiencia
de la conquista. Frente a los movimientos
reformistas protestantes, frente a la idolatría
del mercado y un mundo creado a su imagen
y semejanza, la necesidad de restablecer la
mediación eclesial entre lo humano y lo divino
era una urgencia y emergencia. Mediación (que,
por lo demás, rechazaba Lutero y reformadores, y
cuya decadencia había sido el fundamento de la
Reforma, en una respuesta brutal y devastadora
a esa ausencia de mediación) que sólo era posible
desde el intercambio de cultura e interpenetración
de códigos, es decir: el mestizaje.
Estética del discurso
literario
Renato Prada Oropeza
Colección Biblioteca, Universidad Veracruzana-BUAP
2009, 606 páginas.
Renato Prada, doctor en Filosofía y Lingüística, es un prolífco autor que aborda la teoría
literaria, la hermenéutica y la semiótica, al tiempo que incursiona en la narrativa y la poesía.
En este libro se interna en el tema de su predilección teórica: el análisis del discurso
literario, ahora revisado desde la estética, la belleza de la palabra.
Gracias a la praxis estética misma, la teoría del arte como actividad que produce el objeto bello deja de ser pertinente, a pesar del esfuerzo kantiano, cuya limitación teórica vimos arriba. En esta crisis juegan un papel importante, fuera de la presencia de las manifestaciones artísticas ya mencionadas, ciertos pensadores ingleses como Addison, Hutcheson, Hume:
“La belleza, decían estos escritores, no consistía en ningún tipo especial de proporción o disposición de sus partes -como demostraba la experiencia cotidiana–. Los románticos llegaron incluso más lejos, afirmando que la belleza consiste realmente en la ausencia de regularidad, en la vitalidad, lo pintoresco y la plenitud, así como en la expresión de las emociones, que tienen poco que ver con la proporción. Las actitudes que se tenían hacia la belleza no cambiaron tanto sino que se invirtieron; la Gran Teoría parecía estar ahora peleada con el arte y la experiencia.”
El recurso a divisiones y contraposiciones que, de alguna manera, reafirmaría la primacía de la belleza: sus graduaciones de lo bonito, lo bello, lo sublime; así como aceptar que lo feo, lo grotesco, llegan a ser categorías estéticas, no lleva a nada, mucho menos la consideración de un creador prodigioso, el genio, como el factor decisivo para la presencia de lo bello o sublime en el arte. Este factor es demasiado ad hoc, demasiado excepcional, y plantea muchos más problemas sin solución teórica coherente que los que trata de resolver. Además, la nueva situación que se presenta desde la influencia de la lingüística en la crítica y teoría literaria a partir de los formalistas rusos, el Círculo Lingüístico de Praga, el New Criticism, el estructuralismo y los planteamientos de la hermenéutica, nos permite postular que, sin dar un nombre que cargue con el peso conceptual racionalista, podemos hablar de un efecto estético que se produce en la praxis discursiva de ciertas manifestaciones que no se reduce a su carga conceptual, a su referencialidad al mundo preexistente o a efectos psicológicos: emociones, placeres o pasiones (tan circunstanciales y tan sujetas a condicionamientos personales que no pueden ser dignos de una atención teórica en este respecto, es decir, en cuanto a la producción estética se refiere) y que no se confunden tampoco con la función religiosa o mítica de ciertos símbolos transmitidos por discursos narrativos: los discursos estéticos no pretenden ponernos en contacto o transportarnos a situaciones trascendentales con una alteridad fuera de este mundo.
Este efecto estético, si bien es inconcebible sin la captación (de ahí la importancia de la intuición, como veremos en los dos próximos capítulos) por medio de los sentidos (la vista o el oído en la narración literaria), no se reduce al instante de su percepción sensorial, como es el caso del impacto de un paisaje, de la belleza de una flor, de un trino de pájaros en el bosque, del paso apoteósico de una mujer bella1. La índole misma del discurso (sostenido por una articulación del sentido de elementos por mínimos que éstos sean), así como su comprensión a la que obliga su propia dinámica (esto será abordado en el capítulo 4) nos lleva a superar el sensualismo. La constitución semiótica a la que responde el discurso estético, en la cual la forma de la expresión (que en parte nos viene por los sentidos) se halla
indisolublemente unida a la forma del contenido2, que hace de cada discurso un sistema particular, único, que podrá ser reproducido con ciertas variantes -lecturas, en nuestro lenguaje común-, que pueden ser realizados una y otra vez: en cada oportunidad, en cada lectura, se instaura nuevamente “el mismo discurso” pero distinto, al actualizar una comprensión diferente, otra interpretación de su símbolo; tanto más diferente si la lectura es realizada desde perspectivas de actualización que involucren la entrada en juego de valores diferentes, que el discurso soporta como su actualización real y única cada vez. Un discurso realmente estético no se agota en la recepción sensorial instantánea ni en una inteligibilidad mental: la comprensión es apenas el paso de ingreso a otra lectura, más rica, más comprometedora de nuestro destino y de nuestro mundo. Incluso, la “explicación” que me pueda ofrecer una ciencia formal de su articulación discursiva, como la lingüística o la semiótica, apenas es una especie de “preparación” (controlada y metódica) para reiniciar el intento de una nueva y más rica intuición estética que sostenga mi comprensión profunda, no definitiva del discurso estético. ¿Cuántas veces puede uno leer -actualizar estéticamente- una novela como 62 Modelo para armar? ¿Habrá una lectura definitiva y definitoria de El astillero? ¿Qué interpretación podrá dar cuenta de todo lo que es Pedro Páramo o La muerte de Artemio Cruz o La guerra del fin del mundo?
La muerte de una
disciplina
Gayatri Chakravorty Spivak
Colección Biblioteca, 2009, 167 páginas.
Traducción de Irlanda Villegas
La Editorial de la Universidad Veracruzana se ha distinguido a lo largo de su historia por dar a
conocer en nuestro país a autores extranjeros que ya cuentan, en su lengua y en su país, con
una obra sólida y destacada. Fiel a esa tradición, ahora presenta a Gayatri Chakravorty Spivak
(Calcuta, 1942), una de las más reconocidas críticas literarias a nivel mundial. En La muerte
de una disciplina reúne tres conferencias que dictó en la Wellek Library de la Universidad de
Columbia, Estados Unidos, para abordar el tema que forma su motivo de estudio: la literatura
comparada, método que revisa las propuestas literarias multinacionales para cotejarlas entre
sí teniendo en cuenta su diversidad. A lo largo de este camino, cruza por las ciencias sociales
y los estudios culturales y étnicos, no en una visión globalizada, sino atendiendo cada
particularidad y cada aporte como la expresión de un pueblo, de una sociedad, de un país.
La Literatura Comparada se construyó a partir
de las “naciones” de Europa Occidental. Esta
distinción entre “áreas” y “naciones”, contagió a
la Literatura Comparada desde sus inicios. Si el
“origen” de los Estudios de Área se remonta a las
desastrosas consecuencias de la Guerra Fría, el
“origen” de la Literatura Comparada en los Estados
Unidos tuvo algo que ver con los sucesos que la
aseguraron: la huida de los intelectuales europeos,
incluyendo a personalidades tan distinguidas como
Erich Auerbach, Leo Spitzer, René Wellek, Renato
Poggioli y Claudio Guillén, de los regímenes
“totalitarios” en Europa.
Puede afirmarse que la Literatura Comparada en
los Estados Unidos se basó en la hospitalidad entre
los europeos, en tanto que los Estudios de Área se
habían reproducido a gran velocidad gracias a la
vigilancia interregional.
Una manera en la que la división nación-región
está siendo negociada en literatura comparada
es a través de la desestabilización del concepto
“nación(es)” —al insertar la francofonía, la
teutofonía, la lusofonía, la anglofonía y la
hispanofonía en el marco de los antiguos límites
“nacionales”—; siendo el principal ganador en
los Estados Unidos el “inglés global”. El esfuerzo,
retomando el modelo inicial de Estudios Culturales
propuesto en Birmingham, es añadir un poco
de negro al emblema nacional o, para jugar con
el eslogan de Jesse Jackson, pintar el rojo, el
blanco y el azul con los colores del arco iris. Esta
desestabilización sigue las líneas de los viejos
imperialismos y compite con el nacionalismo
metropolitano diversificado de los Estudios Étnicos
y/o Culturales.
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