Con este idilio, contrasta fuertemente el panorama
que el río le ofrece a Florentino durante su segundo
viaje, décadas más tarde, a bordo del buque La Dorada –alusión a Eldorado–, en compañía de su antigua
amada, la sexagenaria Fermina, y del capitán Samaritano
que
les tenía un afecto casi maternal a los manatíes, porque
le parecían señoras condenadas por algún extravío
de amor, y tenía por cierta la leyenda de que eran las únicas hembras sin machos en el reino animal (...). Un
cazador de Carolina del Norte (...) había desobedecido
sus órdenes y le había destrozado la cabeza a una madre
de manatí con un disparo certero de su Springfi eld,
y la cría había quedado enloquecida de dolor llorando
a gritos sobre el cuerpo tendido. (ibid: 439) |
Pero no sólo los animales endémicos del gran río que
han acompañado como símbolos la historia moderna
del continente son ahora, a fi nes del siglo XX, víctimas
de la invasión antiecológica: todo el río, toda la Tierra
amazónica multifl uvial está condenada a la lenta
muerte de la sequía:
Navegaban muy despacio por un río sin orillas que se
dispersaba entre playones áridos hasta el horizonte.
Pero al contrario de las aguas turbias de la desembocadura,
aquellas eran lentas y diáfanas, y tenían un
resplandor de metal bajo el sol despiadado. Fermina
Daza tuvo la impresión de que era un delta poblado
de islas de arena. —Es lo poco que nos va quedando del río —le
dijo el capitán.
Florentino Ariza, en efecto, estaba sorprendido de
los cambios (...) y se dio cuenta de que el río padre
de La Magdalena, uno de los grandes del mundo, era
sólo una ilusión de la memoria. El capitán Samaritano
les explicó cómo la desforestación irracional había
acabado con el río en cincuenta años: las calderas de
los buques habían devorado la selva enmarañada de árboles colosales que Florentino Ariza sintió como una
opresión en su primer viaje (...) |
García Márquez nos enseña desde una perspectiva
nueva, moderna e inesperada, la sabiduría dialéctica
de Heráclito de que uno no puede bañarse dos veces
en el mismo río, aunque no por haber corrido mucha
agua río abajo como pensaba aquel filósofo, sino porque
el agua está tan intoxicada que uno por la contaminación
no se atrevería por segunda vez a bañarse
en él. La Amazonia con sus ríos, selvas, animales y
plantas está en peligro de extinción ecológica.
Epílogo mexicano
Los grandes ríos mágicos sudamericanos existen sólo
en el Sur subcontinental. México no es un país con
ríos grandes, por lo menos no con la longitud y la anchura
de los laberintos de sus hermanos del Sur. Sin
embargo, hay también una poetización de la Amazonia
por un mexicano, el compositor Daniel Catán,
que escribió una ópera, un melodrama musical con
el título Florencia en el Amazonas según el libreto de su
compatriota Marcela Fuentes-Berain, una mezcla de
algunas de las novelas arriba mencionadas, que alude
como ellas a los mitos creados después de la Conquista
en esa región.
Las mayores intertextualidades existen con El
amor en los tiempos del cólera, pues la acción se desarrolla
a bordo de un vapor al igual que el fi nal de aquella
novela garcíamarquiana, aunque el río no es el Magdalena
sino el Amazonas. El navío se llama Eldorado,
asociando a La Dorada, el vapor de la novela de García
Márquez, y, de manera muy directa, al mito de Eldorado.
La protagonista no se llama Fermina, como la
de la novela garcíamarquiana, sino “Florencia”, feminización
de Florentino Ariza, nombre del protagonista
masculino de la novela. Mientras que la anciana
Fermina Daza de la novela se reúne en el buque con el
amante de su juventud al fi nal de su vida, la Florencia
de la ópera quiere reunirse al fi nal del viaje fl uvial con
el amante de su juventud. Florencia no es, como Fermina,
una mujer casada de la clase media alta, sino
una famosa cantante de la ópera, que quiere volver al
lugar de sus primeros triunfos y de sus primeros amores,
la famosa Ópera de Manaus, construida en medio
de la selva amazónica al estilo art nouveau con 1 200
asientos en los tiempos dorados del boom del caucho.
Y el río no es el Magdalena garcíamarquiano, sino el
más conocido, más grande y más mítico Amazonas,
cuyo espíritu acuático emerge de vez en cuando de
las olas.
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